Curso trans-formando: Procesos participativos, hábitat y educación

 

 

El aprendizaje, como proceso pluridireccional, puede darse en cualquier contexto, entendido como un conjunto formado por espacio,  individuos, recursos e interacciones, todos ellos determinantes a la hora de alcanzar el conocimiento. A través de nuestras experiencias dimos a conocer distintos casos reales en los que el contexto fue el eje de la práctica realizada.

Aprender es una acción de alguien en un contexto. Según Paulo Freire, es un proceso que traslada a las personas más allá de los factores que los condicionan como seres humanos. La capacidad de trascender estos factores condicionantes es una de las ventajas obvias de los seres humanos. El aprendizaje no tiene lugar en el vacío, ni es resultado de un proceso de enseñanza, sino que constituye un logro personal en un contexto específico y dinámico; por eso es importante ser conscientes de los contextos y las referencias culturales porque éstas son parte y también producto del proceso en sí mismo.

Los dos principios fundamentales del aprendizaje son la experiencia y la interacción. Según John Dewey, creador de la Escuela Nueva, el docente debe diseñar actividades y crear situaciones en las que los alumnos tengan que experimentar. Así nació su filosofía de los proyectos, en la que un grupo reducido de alumnos elige un tema sobre el que trabajar. La experiencia se refiere a nuestras vivencias personales, íntimas y subjetivas, pero también a los acontecimientos sociales y a las prácticas del grupo. La interacción tiene que ver con las relaciones e intercambios que establecemos con otras personas.

“¿Por qué no se establece una conexión más estrecha entre lo que se considera conocimiento básico en cualquier currículo escolar y el conocimiento fruto de la experiencia vivida de los estudiantes como individuos? La curiosidad como un incesante planteamiento de preguntas; como un acercamiento hacia la revelación de algo que está oculto; como una pregunta, verbalizada o no; una búsqueda de claridad; como un momento de atención, sugerencia y vigilancia; constituye una parte importante del fenómeno de estar vivo.”

Todas estas ideas están relacionadas con el constructivismo,  una filosofía del aprendizaje fundada en la premisa de que construimos nuestra comprensión del mundo a través de la propia experiencia. Cada uno genera sus reglas y modelos mentales para comprender esta experiencia, por lo que el proceso de aprendizaje consiste en ajustar nuestros modelos mentales para acomodar nuevas experiencias.

Dewey concebía la escuela como un espacio para la producción y la reflexión de las experiencias relevantes de la vida social, lo que permitiría el desarrollo de una ciudadanía plena. Muchos sitúan su enfoque pedagógico en un punto intermedio entre la pedagogía conservadora centrada en el currículo y la centrada en el alumno, ya que incidía en la necesidad de relacionar estos intereses con contenidos sociales.

El conocimiento es el proceso que resulta de las experiencias de las personas con el mundo,  un pensamiento que primero pasa por la acción. Dewey planteaba que el aprendizaje de niños y adultos surgía a partir de la confrontación con situaciones problemáticas, consecuencia de los propios intereses de la persona.

El docente debe generar entornos estimulantes, desarrollando y orientando la capacidad de los alumnos para actuar, conectando los contenidos con sus intereses y sus impulsos innatos de comunicar, construir, indagar y expresar.

En un sistema educativo individualista no hay cabida para que cada niño exprese sus propios impulsos sociales, con lo que no se aprovechan las capacidades y el espíritu social se sustituye por la exaltación de comportamientos que refuerzan el miedo, la rivalidad, la emulación y los juicios de superioridad e inferioridad, lo cual es especialmente dañino porque puede crear sentimientos de incapacidad. Es necesario crear en el aula condiciones favorables que fomenten el espíritu social.

Esto abre una vía de reflexión crítica de los modelos educativos. Los postulados de Dewey son una lectura obligada para quienes quieran comprometerse con los problemas sociales presentes en las escuelas.

El ambiente es el tercer maestro, dicen los maestros de la escuela reggiana. El entorno apoya el trabajo y los intereses de los niños sin necesidad de una guía, ni la intervención constante de los adultos. Los niños y niñas trabajan en espacios y cuando los adultos están presentes, los niños construyen sus historias allí. El ambiente está provisto de suficientes provocaciones para llenar el mundo y las mentes de los niños (Wurm 2005).

El ambiente hace referencia a la organización del espacio, disposición y distribución de los recursos didácticos, el manejo del tiempo y las interacciones que se permiten y se dan en el aula, e influye de forma significativa  en aquellos que lo ocupan. El ambiente de aprendizaje dispuesto por el profesor interviene activa y sutilmente en las vidas de los agentes a lo largo del día escolar. La organización de los espacios educativos permite que el niño investigue y descubra casi sin intervención de los adultos. Permite vislumbrar lo que allí se trabaja, el ambiente debe hablar, debe invitar a la participación. Debe ser una fuente de riqueza, una estrategia educativa y un instrumento que respalda el proceso de aprendizaje, pues permite interacciones constantes que favorecen el desarrollo de conocimientos, habilidades sociales y destrezas motrices. El ambiente es un concepto vivo, dinámico, cambiante, por ello ha de cambiar a medida que cambian los niños, sus intereses, sus necesidades, su edad y también a medida que cambiamos los adultos y el entorno en el que estamos inmersos (De Pablo, 1999).

El ambiente debe estimular las exploraciones infantiles, los intereses y la curiosidad sin que el docente intervenga. El ambiente juega un papel fundamental y puede influenciar a las personas de diferentes maneras. El mensaje contenido en el ambiente físico de los salones de infantil refleja el valor cultural, las metas educaciones y la imagen del niño así como expresa mensajes emocionales, físicos y mentales. Por eso es vital que el docente identifique los símbolos que pueden estar enseñándole a los niños consciente o inconscientemente, formal o informalmente y diseñar un ambiente que muestre cómo se desarrollan y se construyen las conexiones entre los niños, profesores y adultos en general.

Los niños aprenden eficazmente cuando exploran y descubren. El ambiente educativo es más que el medio físico, también engloba el conjunto de interacciones, la organización y la disposición espacial de los objetos.

Los espacios comunican, dicen mucho más que lo que se observa a simple vista, por lo tanto no deben ser estáticos, han de cambiar según las propuestas de los grupos, de sus proyectos, de sus experiencias.

El ambiente debe facilitar a los niños múltiples posibilidades para encontrar diversos caminos por donde discurrir, descubrir e inventar. Debe ser un espacio abierto y rico en materiales, que permita a los niños desarrollar su capacidad creativa e investigativa.

Hace una década que arquitectos y neurocientíficos se han aliado con la idea de proyectar edificios con funciones terapéuticas. Construcciones que permiten concentrarse, que favorecen el tratamiento de niños autistas; enfermos de Alzheimer o el desarrollo de bebés de prematuros. “Todo aquello que nos rodea, nos influye porque es información que llega al organismo. Y esa información hace que el cerebro ponga en marcha mecanismos de producción de hormonas que acaban produciendo sensaciones y emociones”, explica la doctora en Biología del Hábitat Elisabet Silvestre.

Hay estudios que demuestran que la arquitectura afecta al conjunto del organismo. Desde la OMS se impulsa la construcción de áreas pensadas para vivir, trabajar, descansar, cuidar, educar. Se sabe que alumnos en aulas oscuras rinden peor y que ciertos ambientes pueden causar malestar, incomodidad y agresividad. El diseño de espacios puede estimular la creatividad, mantener la atención y concentración y favorecer la relajación, dice Francisco Mora.

Los últimos avances en neurociencia pueden explicar ahora cómo percibimos y nos apropiamos del espacio. Si los cambios del entorno cambian el cerebro humano, esto tiene un correlato en el comportamiento. La neurociencia explica cómo percibimos, usamos y nos apropiamos del espacio.

  • La luz afecta a la capacidad cognitiva
  • La altura de techo incide en la creatividad y capacidad de abstracción
  • Las vistas a zonas verdes mejoran el bienestar, la atención y los resultados
  • La altura de los edificios puede influir en la salud mental

Según Francisco Mora, nuestros códigos cerebrales, fruto del proceso evolutivo en espacios abiertos, responden negativamente a la presión social. El paso a espacios estrechos y abarrotados dispara nuestros sistemas de alerta y peligro.